Cuando hablamos de crecimiento en un entorno empresarial, económico o en un debate político olvidamos el ámbito más relevante donde se produce o genera éste: el sistema educativo o escolar. Mientras nuestros olivos crecen cuidados por el cultivo, el abono y la poda; mientras nuestras especies vegetales se desarrollan en nuestros hermosos parques naturales, silenciosamente… nuestros hijos en las diferentes familias, nuestros escolares, adolescentes o universitarios CRECEN día a día y se educan en sus aulas como una fuerza potencial humana, como la mayor inteligencia neuronal, emocional y social de nuestro entorno. Pero esto, que parece obvio, lo olvidamos sistemáticamente cuando hablamos de soluciones para el futuro Jaén. El sistema escolar parece un sistema celular aparte que funciona por sí mismo y que la administración educativa gestiona como puede, dando respuestas cotidianas a los propios conflictos cotidianos de una “empresa” que ocupa a 20.000 profesores y a la que acuden cada día 170.000 alumnos, distribuidos en 450 centros educativos.
Cuando hablamos de problemas sociales todos nos referimos a la educación como la solución, pero dejamos de actuar en este ámbito desatendiendo la educación de cada familia o de cada colegio. Cuando el informe PISA nos dice que no alcanzamos los promedios de calidad europeos culpamos a las leyes educativas alternas e ineficaces, pedimos un pacto de Estado por la educación, pero olvidamos pronto que este pacto debería ser político, social y de máxima urgencia en estos momentos… y que nos implica también a todos: padres, docentes, ciudadanos, asociaciones y empresas. Lo realmente fácil y simple, cuando hablamos de educación es culpar a los demás y eludir responsabilidades propias.
Mientras los países más avanzados revisan e invierten en sus sistemas escolares, prestigiando a su profesorado y preparándose para los retos y oportunidades de la sociedad actual (tecnológica, vulnerable, multicultural, globalizada, incierta...) en España, Andalucía y en Jaén, se siguen recortando presupuestos públicos y –lo que es peor– lo que ya se invierte no genera el valor que podría. Entre otras cosas, porque se aprecia una falta de liderazgo institucional y una desmoralización colectiva entre muchos agentes educativos que dan por perdida la capacidad transformadora, desde el punto de vista personal y social de la educación, dudan del potencial real de crecimiento de este sector. Muchos estupendos profesionales, desmoralizados, piensan y sienten su labor como una “estéril” lucha contra la inercia de una “des-educación cultural” de sus alumnos, fruto de la permisividad parental, la devaluación cultural local y las modas contagiosas de la tecnobasura. ¿Qué empresa puede levantarse sin liderazgo en su gestión? ¿Qué batalla puede ganarse con un ejército desmoralizado y con una sociedad desmotivada? ¿Qué nueva educación de calidad podríamos promover para cambiar Jaén o Andalucía?
Dudar de la importancia de la educación para crecer como personas y sociedades es como dudar de la importancia de la salud para vivir. Descuidar la educación es lo más parecido a un lento suicidio colectivo. Porque la Educación es semilla de crecimiento individual y social, equilibrada e integral, o de poco serviría tener a una élite muy educada frente a una gran masa de individuos despreciativos de su potencialidad como personas, e ignorantes de sus derechos y deberes.
Si reconocemos que vivimos en unos tiempos de crisis, más allá incluso de los parámetros económicos, tendremos que afrontar los retos de encontrar nuevas soluciones estratégicas sociales a todos los niveles: personales, grupales y colectivos.
La educación es una de estas líneas estratégicas y la buena noticia es que, por muy pesimistas que seamos, y por mucho que pensemos que depende de las leyes, de los pactos o del ministerio de Educación o de la Consejería… la educación es un eco-sistema en el que podemos actuar desde muchos frentes y niveles, y con ello lograr avances insospechados, tanto de las personas como del conjunto social. Veamos algunos de esos ámbitos, niveles y metas.
Educar es mucho más que instruir, es la suma de la formación y la educación del carácter o personalidad de los niños, del desarrollo de su talento para aprender, hacer, vivir y convivir. Por eso, educar, educamos todos. Mal o bien, esa es el dilema esencial. Y, para educar bien, tenemos que implicarnos todos, aprendiendo a hacerlo mejor, esencialmente, por amor a nuestros hijos, a nuestros alumnos, por respeto a un derecho esencial para cualquier individuo en una sociedad democrática y para mejorar los índices de desarrollo humano de nuestro territorio.
Primer ámbito: la familia. Si queremos mejorar la educación hay que formar a los padres y madres, para enseñarles a amar de forma incondicional pero responsable, es decir, para saber educar a sus hijos con estímulos, límites y exigencias. Existen experiencias de Escuelas de Familia y Universidades de Padres que nos pueden servir de modelo para concertar con asociaciones de madres y padres de alumnos de colegios que irradien este tipo de formación, apoyándonos en la labor de psicólogos y orientadores existentes en las plantillas a modo de colaboradores relevantes. Si se hace ya en muchos colegios concertados y públicos de España, por qué no en nuestra provincia.
Segundo ámbito: centros educativos. Los colegios de primaria e institutos de secundaria, públicos o concertados, no son de la administración o de sus promotores, son –principalmente– de su comunidad escolar. La gestión de sus equipos directivos, de sus consejos escolares en interacción colaborativa con AMPAs y familias, no tiene por qué ir en contra de la eficacia de su misión educadora institucional. La actual burocratización de la enseñanza no parece lógica en la era de la informática, y mucho menos, no puede ir en detrimento del tiempo necesario para educar bien. Necesitamos docentes y colegios con una alta calidad humana, responsables de su hermosa misión y, por tanto, merecedores de más capacidad de gestión propia. Pedir más y mejor autonomía para los centros educativos es básico para sentirse responsables de su labor. Tal vez el único modo de que –aparte de enseñar— lleguen a ser “organizaciones que aprenden” de sus logros y errores, curso a curso, para alcanzar el máximo nivel de calidad posible. Más allá de la necesaria gestión, la Delegación provincial de Educación tiene que recuperar liderazgo generando confianza en centros, docentes y familias para priorizar lo relevante: la calidad educativa.
Tercer ámbito: entornos educativos locales. Aunque hay poca legislación concreta, los municipios, los barrios y las ciudades no pueden estar ajenos a la labor de sus colegios educativos. Ni un instituto de enseñanza secundaria estar descoordinado con los colegios de primaria donde se forman sus futuros alumnos. Ni un centro de primaria alejado de la necesaria preparación de los padres para educar a sus hijos en casa. Los ayuntamientos, como en muchas zonas del mundo más desarrollado, deben participar en la coordinación y mejora de la red educativa local, colaborando con todos, más allá de prestar los servicios de limpieza a las instalaciones o de usar las pistas deportivas del colegio por las tardes. Si se crearon los Consejos Locales de Educación, a mitad de la década de los años 80, era para impulsar la participación local en este ámbito, no para meros trámites.
Piensen en esta hipótesis educativa local: si las familias de un municipio, los colegios y los institutos se proponen elevar la calidad educativa de forma intensiva en su ámbito, coordinando su labor los resultados podrían ser espectaculares. No importaría la ley educativa vigente. Regiones españolas como La Rioja tienen índices muy altos en el informe PISA con las mismas leyes que el resto de España. Desde las ciudades o pequeños municipios se han forjado muchas experiencias de desarrollo educativo o social en el mundo. Porque estaban más enfocados en sus objetivos y logros que en la mediocridad de su entorno o en las quejas permanente. Mejorar la educación en un municipio concreto sería posible con un acuerdo o pacto local por la educación rotundo, dinámico y práctico.
Cuarto ámbito: provincia, comunidad autónoma y agentes sociales. Combatir la mediocridad de nuestro sistema educativo actual, mejorar la calidad y orientarla hacia un auténtico desarrollo de nuestra provincia, exige un sistema coordinado de diálogo e incorporación de propuestas para un Pacto provincial o Andaluz por la Educación como forma más eficaz de liderar el progreso humano y colectivo. Con o sin el concierto de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, pero mejor con él, este proceso puede y debe diseñarse implicando al máximo de asociaciones e instituciones, a modo de movilización colaborativa y en base a objetivos sencillos y medibles, pero coherentes con un modelo de educación actual, enfocada en los alumnos del siglo XXI.
Por supuesto, también necesitamos un pacto social por la educación a nivel del Estado, pero –si no se logra, al menos— demostremos tener la inteligencia social necesaria para fraguarlo de abajo hacia arriba, desde cada uno de nosotros a las familias que conocemos, desde cada empresa a cada asociación en la que nos integramos, desde los colegios a los municipios, desde cada provincia a la comunidad autónoma, desde Andalucía a España.
La necesaria convergencia con la mejor Europa es parte imprescindible como horizonte y debe ser nuestro puerto de llegada.
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